La
pizza llegó desde Italia, pero con el tiempo se ha transformado en
un clásico de nuestra cocina. Hoy ya es parte de la historia
individual y colectiva de los argentinos.
Se dice que
en Buenos Aires hay más pizzerías que parrillas y, ciertamente, la
leyenda es verdad. De cuna plebeya, este alimento se ha convertido en
un integrante indispensable del encuentro entre porteños. Amiga de
las reuniones, la pizza invita a la charla y es también un buen plan
para solitarios y cocineros perezosos. Si bien Banchero,
Güerrín o Los
Inmortales son algunos de los templos
culinarios más famosos, cada barrio tiene su clásico, y las
entregas a domicilio abundan por toda la capital.
La receta
nació en Italia para matar las hambrunas del incipiente
proletariado, y en el siglo XIX, con la aparición de contingentes de
desempleados, se produjo su desembarco en la Argentina. En efecto, la
pizza llegó al país por mar y se radicó en el barrio de La Boca.
Allí, entre los conventillos, un inmigrante napolitano preparó la
mezcla para unos obreros portuarios en huelga, y pronto comenzaron a
proliferar los puestos callejeros.
Desde
entonces, los ingredientes, moldes y condimentos se han
diversificado, y nuestra pizza (de masa más gruesa y con mucho más
queso y aceite que la originaria) ha adquirido una identidad propia.
Sin embargo, para todos sigue asociada al compañerismo. Ya sea que
la disfrutemos de parados o sentados en una lujosa mesa, la “zapi”
siempre mantiene su aire popular.
En
nuestra liturgia gastronómica, el moscato (vino dulce), la cerveza y
el fainá (mezcla de aceite con harina de garbanzos, agua y sal) son
los complementos perfectos para acompañarla.
Ahora bien, sobre la mejor pizzería, ¡nadie se atreve a dar un
veredicto!
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