En la ciudad los relatos proliferan a bajo costo. Lectores y libreros confluyen en los mercados para dar y conseguir historias. Además de literatura, en cada puesto se puede encontrar una experiencia.
Buenos Aires ha sabido ser escenario y personaje de las mejores páginas de la literatura, pero también constituyó uno de los centros editores de Iberoamérica más importantes en las décadas del sesenta y setenta. El auge editorial fue clausurado por la dictadura militar de 1976, pero la realidad es que los porteños nunca han dejado de leer. Entre los románticos, algunos prefieren las librerías abiertas hasta la madrugada de la calle Corrientes, aunque otros encuentran en las ferias de usados su lugar en el mundo.
Los puestos de los parques Rivadavia y Centenario, ubicados en el barrio de Caballito, así como los de Plaza Italia, en pleno Palermo, son los más concurridos. En los tres paseos, cada uno con su identidad e impronta, se pueden comprar ejemplares nuevos y viejos a precios más baratos. Sin embargo, más que las rebajas, entre las novedades, los clásicos y las rarezas que conviven a la espera de ser el próximo gran hallazgo, lo que se adquieren son momentos y experiencias.
Charla con los libreros, regateos y recomendaciones, allí conseguir un libro es más que una transacción de compra-venta. Lugar especial para los buscadores de tesoros o nostálgicos, en estas ferias, además, el papel tiene su color, olor e historia. Aromas a gato migrante, con una pizca de encierro y esencias en sepia se sienten en los pasillos, donde las páginas dedicadas y frases subrayadas marcan otras sensibilidades y temporalidades.
Espacios en los que relato ajeno y el propio se mezclan, los mercados de usados construyen, así, una ciudad de cuentos.