Fue
la primera torre de departamentos, además de ser durante años el
rascacielos más alto de América Latina. Sus paredes mantienen una
geometría simple, pero sus cimientos guardan emociones voluptuosas.
Inaugurado
en 1936, el Kavanagh supo ser el rascacielos más alto de Sudamérica
y el primer edificio de viviendas con aire acondicionado central,
pileta de natación y gimnasio, entre otros lujos para la época. Sus
120 metros de hormigón armado en forma escalonada con jardín
terrazas, entre las calles Florida y San Martín, fueron declarados
por la UNESCO Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la
Modernidad.
Sin embargo, detrás de su estilo racionalista, se esconde una
historia llena de pasiones y excesos.
Según
el mito urbano, Corina Kavanagh, una mujer adinerada pero sin linaje,
construyó la torre para vengarse de una de las familias más
tradicionales del país, los Anchorena. Al parecer, el romance entre
su hija y uno de los jóvenes de apellido ilustre se terminó porque
nunca fue aceptado por la casta patricia. La “nueva rica”,
entonces, ante semejante desaire perpetuó su revancha simbólica. Conocé más sobre las historias que esconde Buenos Aires con las excursiones de Tangol, CLICK AQUI
En
aquel momento, los Anchorena vivían en el palacio donde actualmente
se encuentra la Cancillería (frente a la Plaza San Martín en el
barrio de Retiro) y desde sus ventanas podían ver el sepulcro
familiar donde yacían sus antepasados: la Basílica del Santísimo
Sacramento. Corina, inteligente y orgullosa, compró los lotes frente
a la iglesia y mandó a construir el edificio. El único pedido que
les hizo a los arquitectos fue que la obra tapara el templo. Hoy,
para poder ver la fachada de la iglesia hay que pararse en el pasaje
Corina Kavanagh, que también pertenece a la construcción.