Inaugurado en 1923, el edificio conmemora la famosa obra de Dante Alighieri. En su recorrido, arquitectura, literatura y misticismo se combinan hasta elevar el alma más allá de los techos porteños.
Entre las bocinas y el smog, en la avenida más tradicional de Buenos Aires, se esconde a la vista de todos un templo laico: un lugar donde el tiempo se detiene y el espacio se confunde, a pesar de la perfecta geometría. Es que allí, en el Palacio Barolo, el pasado se inmiscuye en el presente, mientras la crasa realidad se desvanece en un universo paralelo, poético y sacro.
El edificio, construido bajo la Cruz del Sur, deslumbra por su elegante estilo, mezcla del gótico-romántico y el hindú, aunque lo que hechiza es su historia. Al pasar la entrada vidriada, La divina comedia, de Dante Alighieri, se materializa en hormigón, mármoles y bronces, y en una hora es posible recorrer el infierno, el purgatorio y el paraíso, guía mediante.
Creado con el sueño de guardar los restos del artista florentino, hoy en el inmueble solo hay oficinas, pero cada detalle y relieve guarda su correlación simbólica con el poema. El arquitecto, miembro de la orden masónica de Dante y Barolo, reiteró obsesivamente la distribución numérica del libro: no sólo la división de los pisos concuerda con los tres reinos; además, entre las “coincidencias”, su altura replica la cantidad de cantos del texto y hasta su ubicación, Av. De Mayo 1370, recuerda la fecha aproximada del escrito.
Homenaje ocultista o fanatismo místico, lo cierto es que el palacio invita a un viaje redentor a otro cielo. Como primer rascacielos del país, desde su cúpula todavía se ven los ángeles y demonios porteños.