Entre criptas suntuosas y gatos perezosos, hay mujeres que transgreden lo inexorable. Vivas que parecen muertas, fantasmas que claman atención, se citan en el famoso camposanto para dar que hablar.
Las paredes del cementerio de la Recoleta guardan, como el baúl de un eterno viajero, anécdotas de ayeres, miniaturas de catedrales y, sobre todo, relatos extraordinarios hechos de mármol. Entre mausoleos de los más diversos estilos, cenotafios opulentos y esculturas impertérritas, pasiones y venganzas suceden una y otra vez en la atemporalidad del nunca jamás.
La necrópolis, fundada en 1822, alberga a cientos de artistas, políticos y héroes patrióticos. No obstante, si uno camina por sus pasillos, la historia pronto se entremezcla con la leyenda urbana. Según se cuenta, la hija del novelista Eugenio Cambaceres fue sepultada durante un ataque de catalepsia y, al levantarse, presa de la desesperación, tuvo un paro cardíaco. Así, su “segunda muerte” puede verse representada por una lánguida estatua que intenta salir de la bóveda familiar.
A esta versión tétrica de la bella durmiente, se suman las apariciones de fantasmas, y en este caso las mujeres vuelven a ser las protagonistas. “La dama de blanco” tal vez es el espíritu más conocido, pero muchos cuidadores juran que en algunas noches también se distingue a la nieta de Napoleón, hija del conde Alexandre Walewski, llorando en los brazos de su madrina.
Los mitos y verdades de este cementerio develan un pasado de grandezas e infamias, a la vez que desdibujan los límites entre lo sombrío y lo bello, lo vívido y lo mortuorio. Para ello, solo basta ver el panteón de Eva Perón. Las flores siempre frescas sugieren que en el imaginario popular ella sigue viva.